lunes, 24 de agosto de 2009

“Yo creo” y “yo te creo”
José Luis CAON



“YO CREO” quiere decir “yo no sé todavía”, o “sólo pienso que”, o todavía “podría ser que”. Esto es, cuando yo digo “yo creo”, aquello que yo digo puede ser la verdad. Pero, lo contrario también puede ser la verdad.

Entonces, cuando yo digo “yo creo”, estoy diciendo que todavía no sé. Y “yo creo” equivale a un no-saber. Cuando yo digo “yo creo”, estoy en una situación de sospecha, de desconfianza, todavía no es científico, ciencia cierta y segura.
Ahora, cuando yo digo “yo creo”, traduciendo fe cristiana o fe religiosa, entonces estoy diciendo que he aceptado aquello en que creo, como ciencia cierta y segura. No hay más sospecha o hipótesis. Afirmo seguro, apoyándome en una autoridad. Esa autoridad es mi avalista o mi garantiza. En el caso de la fe cristiana, ese avalista o garantiza es una autoridad muy especial, indiscutible y suprema, que se sitúa más allá de los horizontes de la razón humana.
La razón humana no es capaz de, por sí misma, alcanzar esa verdad en la cual el creyente cree.
La fe cristiana no es vivencia humana, esto es, la fe no es sensación, emoción o sentimiento, aunque esas resonancias afectivas puedan acompañar la fe de cristiano.
Cuando se compara la fe cristiana con el viento – el viento es cosa que la gente siente hasta en lo oscuro, sin poder verlo – se está [psicologizando] la fe. Pues, la fe como fe cristiana es fuerza, virtud [teologal], esto es gracia y don gratuitos. Dádiva como la luz del Sol. Por lo tanto, el teólogo de ocasión, carente de fe, acaba quedando carente también de psicología, pues hace mala psicología cuando sitúa la fe cristiana como un estado afectivo o sensible. Esa es la respuesta que, ahora por escrito, devuelvo a Firmino Antônio Caon, cuya participación animó significativos diálogos en febrero y abril de 2009.
La fe cristiana es confianza en Alguien, esto es, como confianza en Alguien es encuentro [intimísimo] con ese Alguien. Y es un apostar todas las fichas en ese Alguien, a pesar de los enigmas que ese Alguien ofrece. En esa situación, “yo creo en ti” equivale a decir “yo te amo”, importando poco las dificultades que yo encuentre para mantenerme en esa posición.
Ese tipo de fe sería un apasionamiento? Sabemos que un apasionamiento, sea de cualquier tipo, no es una deliberación o decisión de las ganas. Un apasionamiento acontece y nos coge por sorpresa. Entonces, sería la fe un apasionamiento que, es por un lado, es un motor de grandes acciones que elevan al creyente a trascenderse, puede, por otro lado, y no pocas veces, ser condición de desgracias y perdiciones? Pensemos en la persona que se apasiona por la persona errada y de esa forma, abraza un liderazgo canalla, o se envuelve con alguien que no la merece.
La fe cristiana es dádiva, regalo, don que es dado gratuitamente.

Es lógico que nadie puede regalarse a sí mismo, pues, en ese caso, antes de recibir lo presente, ese presentador ya estaría en la posesión del regalo! Regalo la gente recibe de otro y gratuitamente del otro. La vida, el nombre y tantas cosas recibimos de otro/s y de regalo. Esa situación nos pone en un tipo de deuda por nuestros orígenes, aunque nunca hayamos contraído esa deuda. Metafóricamente, decimos que esa deuda sería una deuda de gratitud, una deuda simbólica, esto es, ni económica, ni jurídica, ni moral. Pero, deuda ética.
Por lo tanto, existe una ética de la deuda que puede orientarnos a dar cuenta de la responsabilidad que tenemos por los dones que recibimos de nuestros antepasados, de la tradición y de los descubrimientos e inventos de los ciudadanos de nuestro tiempo. Recordemos Goethe que nos dice: “Ante la excelencia del otro, no existe otra salida si no el amor”, (o la envidia, o peor aún, el, ni-me-importa).
Si la fe cristiana es dádiva, regalo y don en qué ella se diferencia de un apasionamiento que nos acontece como dádiva, regalo, don, esto es, sin la deliberación y decisión de las ganas? Fe cristiana y apasionamientos acontecen. Pero, en que se diferencian?
En la clínica y en la investigación psicoanalítica, la pasión que subyuga el [psicoanalizante] es llamada de traspaso. El traspaso es un estado psíquico (inconsciente) a partir del cual el psicoanalizante vive, en la relación con lo psicoanalista, no aquello que lo psicoanalista es como persona y ciudadano (en el caso, un señor de 68 años, que es mi edad), sino aquello que el psicoanalizante supone inconscientemente ser lo psicoanalista. [Transferencialmente], lo psicoanalista viene a ser para el psicoanalizante, pues un padre el más bondadoso, pues un ogro el más detestable, pues cualquier ser fascinante merecedor de los más intensos amores, pues un ser repugnante merecedor de los más profundos odios.
Lo psicoanalista capaz de mantener el psicoanalizante confiado en los fulgores de los más fuertes amores o en los estertores de los más poderosos odios permite al psicoanalizante no sólo perder el miedo de las propias palabras, sino también poder soportar con los propios miedos provocados por los intensos amores y odios de que es capaz desde la cuna.
Para que eso ocurra, es necesario que lo psicoanalista se recuse a tomar parte en las pasiones amorosas y odiadoras del psicoanalizante. Es por ello que un psicoanálisis jamás puede acontecer entre amantes, familiares, parientes o amigos.
Sería la fe cristiana un traspaso, ya que no es ni deliberación ni decisión de las ganas, ya que es un acontecimiento y don que viene gratuitamente de Alguien? Definitivamente, no.
Un traspaso, como pasión, puede darse, el día a día, con los seres humanos, llevándolos a interacciones amorosas u odiadoras, desde simpatizar, quedar, [enamorar], irse a la cama, casar, etc., como antipatizar, despreciar, rechazar, etc.
En el traspaso de los tratamientos psicoanalíticos, las interacciones amorosas o odiadoras no se realizan en concreto entre psicoanalista y psicoanalizante, como personas o ciudadanos. Eso anularía la fuerza y el vigor del traspaso y consecuentemente estropearía el tratamiento del psicanalizante. Cuando Christiane Torlone psicoanalizante de Eduardo Mascarenhas, quedó envuelta amorosamente con el psicoanalista, psicoanalizante y psicoanalista se habían vuelto amantes y se acabó el tratamiento psicoanalítico de Christiane Torlone y la escucha psicoanalítica de Eduardo Mascarenhas.
Hipotéticamente, si Teresa de Ávila, novia perpetua de Jesús, se hubiese envuelto como Madalena de Magdala, que estuvo con él como hombre concreto e histórico, se hubieran realizado y consumado las nupcias? Realizadas y consumadas las nupcias, continuaría Teresa de Ávila siendo la novia perpetua de Jesús?
Sería entonces el tratamiento psicoanalítico de la misma naturaleza que una unión mística entre el alma amante y la divinidad? Definitivamente, no.
En la unión mística, el amante no recibe escucha o intervención proveniente de esa escucha que llevaría al amante a reanudar las propias palabras y a partir de ellas [resituar]-se en la vida.
En la unión mística, el amante recibe de sí propio aquello que él desea o teme atribuyéndole a otro. Y diferentemente del alucinado que oye voces, las propias voces que él mismo pronuncia, aunque las atribuya a otro, sin responsabilizarse por ellas, el místico las acoge y las [resitúa] en su relación con la divinidad.
El místico que no cuenta con dirección espiritual, el celebrado discernimiento de las almas o de los espíritus, que no es la confesión católica auricular de los pecados, corre el riesgo de perderse en esos sus amores.
Una dirección espiritual difiere de una dirección psicoanalítica de tratamientos. En la dirección espiritual, la relación del místico con la divinidad en acto es relatada a un tercero tras, en el relance, y no durante el acto. En los así llamados éxtasis u otros fenómenos místicos, como levitación, estigmatizado, etc., el director espiritual no tiene nada que hacer. Un psiquiatra vacilaría o no vacilaría en internar una persona que presentase semejantes señales? Serían conversiones histéricas, trastornos ficticios, etc.?
En la dirección psicoanalítica de tratamientos, la relación del psicoanalizante con las múltiples caras del presunto psicoanalista, sujeto-presunto-saber, son relatadas arriba de lance en el propio acto del tratamiento. Es por ello que tratamiento psicoanalítico sólo puede acontecer in [presencia], estando presentes psicoanalista y psicoanalizante. No hay psicoanálisis semi-presencial o aparte (por teléfono, por correo electrónico, por carta, etc.)
En traspaso, en la situación psicoanalítica de tratamiento, el psicoanalizante se sitúa entre las dos situaciones anteriores: la del alucinado y la del místico.
Oye las voces propias que él escucha sólo después de haberlas hablado, gracias a la escucha presencial del psicoanalista que, no estando muerto, se hace el muerto, esto es, no participante de los deseos y acontecimientos de la vida pasada, regalo y futura del psicoanalizante. Un difunto no participa de los cotilleos del velorio, porque es difunto como difunto no puede dirigir el velorio. Un psicoanalista no participa de los deseos y acontecimientos del psicoanalizante no porque el psicoanalista sea un difunto, sino porque se conduce como un difunto. Y solamente así puede dirigir el tratamiento psicoanalítico del psicoanalizante.
El traspaso, motor del tratamiento psicoanalítico, es un “yo creo”, pero, un “yo creo”, tanto en el sentido de “yo creo” como en el sentido de “yo te creo”. Esto es, como psicoanalizante “yo creo” en ello que yo presiento vagamente ser lo psicoanalista y “yo te creo”, cuando, en las palabras diese que vagamente presiento, oigo aquello que yo ya dije sin haberme oído y dado cuenta que lo dije.
Dio para verse que fe cristiana no es ni una pasión, ni un traspaso. Se parece a una pasión y un traspaso, por qué no es hecho de deliberación y decisión de la ganas.
Dentro y fuera del cristianismo, hay una función llamada de dirección espiritual de las almas o discernimiento de los espíritus curiosamente practicada tanto por mujeres como por hombres, inclusive dentro del cristianismo. Por lo que se sepa, la dirección espiritual es bien anterior a la confesión auricular de algunos cristianos. Me pregunto si el fracaso de la dirección espiritual no dio lugar a la aparición de la confesión auricular.
Mutatis mutandis, las psicoterapias, como las de los magnetizadores e hipnotizadores son muy anteriores a la dirección psicoanalítica de tratamientos. Ni me pregunto, pues doy como cierto que el fracaso de las psicoterapias de los magnetizadores y de los hipnólogos y de los psicólogos [janetistas], como muy temprano percibió la argucia y perspicacia del genio de Freud, dieron lugar para que apareciese y viniese para quedar la dirección psicoanalítica de tratamientos.
En el cristianismo y en el campo psi, hoy, encontramos, respectivamente más confesores que directores espirituales, más, psicoterapeutas que directores psicoanalíticos de tratamientos.
Sin embargo, el fracaso de las direcciones espirituales dio lugar a la aparición de la confesión auricular y el fracaso de las psicoterapias dio lugar a la aparición de la dirección psicoanalítica de tratamientos.



traducción utilizando los beneficios del instituto cervantes,
revisadas por mmz y Maria Cristina Fogaça

de ustedes,

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